“Sin nuestro sufrimiento, nuestra tarea no diferiría de
la asistencia social.”
SANTA TERESA DE CALCUTA
« Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás
» (Jn 11,
26): el don de la vida eterna
37. La
vida que el Hijo de Dios ha venido a dar a los hombres no se reduce a la mera
existencia en el tiempo. La vida, que desde siempre está « en él » y es « la
luz de los hombres » (Jn 1, 4), consiste en ser engendrados
por Dios y participar de la plenitud de su amor: « A todos los que lo
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su
nombre; el cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de
hombre, sino que nació de Dios » (Jn 1, 12-13).
A veces
Jesús llama esta vida, que El ha venido a dar, simplemente así: « la vida »; y
presenta la generación por parte de Dios como condición necesaria para poder
alcanzar el fin para el cual Dios ha creado al hombre: « El que no nazca de lo
alto no puede ver el Reino de Dios » (Jn 3, 3). El don de esta vida
es el objetivo específico de la misión de Jesús: él « es el que baja del cielo
y da la vida al mundo » (Jn 6, 33), de modo que puede afirmar con
toda verdad: « El que me siga... tendrá la luz de la vida » (Jn 8,
12).
Otras veces Jesús habla de « vida eterna », donde
el adjetivo no se refiere sólo a una perspectiva supratemporal. « Eterna » es
la vida que Jesús promete y da, porque es participación plena de la vida del «
Eterno ». Todo el que cree en Jesús y entra en comunión con El tiene la vida
eterna (cf. Jn 3, 15; 6, 40), ya que escucha de El las únicas
palabras que revelan e infunden plenitud de vida en su existencia; son las «
palabras de vida eterna » que Pedro reconoce en su confesión de fe: « Señor, ¿a
quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios » (Jn 6, 68-69). Jesús mismo
explica después en qué consiste la vida eterna, dirigiéndose al Padre en la
gran oración sacerdotal: « Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo » (Jn 17,
3). Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde
ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida
divina.
Intención/motivación
del día
En el primer capítulo del Evangelium
Vite, notamos como la envidia entra en el hombre y lo lleva a asesinar a
su hermano. Son muchos los malos sentimientos que inspira el padre de la
mentira, y si no estamos atentos, nos lleva también a nosotros a otra sutil
forma de homicidio, a pesar de trabajar por la defensa de la Vida.
Me refiero a que cotidianamente
es posible asesinar al hermano con nuestra lengua, con la indiferencia,
llegando a vivir a placer la tentación de juzgarlo sin contemplación alguna porque
es abortista.
Pero ¿quién soy yo para creerme
mejor persona que el abortista, que es un ser equivocado y que desde el lugar
de la Cruz donde Jesús nos suele ver, podemos aplicarle aquello tan objetivo
de que no sabe lo que hace?
Debo preguntarme: ¿Por qué olvido
que él es mí prójimo que camina en la oscuridad de la mentira y que quizás si
aún no ha experimentado la conversión es porque yo no oro y ayuno lo suficiente
por el?.
Quizás si él hubiese tenido las
bases religiosas que yo he tenido daría buen testimonio.
Reflexionando en las palabras de
la Madre Teresa en nuestra labor Provida debemos tener claro si estoy
respondiendo al llamando a la Santidad o si simplemente estoy brindando asistencia
social y por ello me matriculo en un discurso implacable que me da derecho a
juzgar, y aunque la labor social no tiene nada de malo, el llamado es más alto
en Jesús, porque somos verdaderos defensores de la vida cuando tenemos
compasión con la vida del compañero de comunidad, de trabajo, incluso con mi
propia familia, si no es así ¿de que me sirve?
Ésta, no es tarea fácil, debo negarme a mí misma y a este sufrimiento la Madre Teresa lo entiende como la entrega de mí misma, de vaciarme por mi hermano, de !dar hasta que duela!
ORACIÓN
POR LA VIDA
Oh María, aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira Madre el número inmenso de niños
a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil
vivir,
de hombres y mujeres víctimas de
violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia o de una
presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu hijo
sepan anunciar
con firmeza y amor a los hombres de
nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo como
don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo con
solícita constancia,
para construir, junto con todos los
hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del
amor,
para alabanza y gloria de Dios
Creador
y amante de la vida.
Amén
Juan Pablo II
Encíclica: Evangelium Vitae sobre el
Valor y el Carácter Inviolable de la Vida Humana
ORACIÓN
ECUMÉNICA
OH Señor, a Ti confiamos la causa de
la vida:
mira, Padre el número inmenso de
niños
a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil
vivir,
de hombres y mujeres víctimas de
violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia o de una
presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo el
Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo como
don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo con
solícita constancia,
para construir, junto con todos los
hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del
amor,
para alabanza y gloria de tu Nombre.
Amén
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