Las conciencias se estiran y alargan, son laxas, permiten muchas cosas, casi todas. En ellas el pecado casi desaparece y parece normal. El bien y el mal se confunden con los intereses y las apetencias. Según me apetezca o me interese algo a mis propios egoísmos, diré que eso es bueno o malo.
Matar ya no es malo, pues dependerá de la situación o estado. Por ejemplo, en un niño concebido en el seno de su madre no parece ser algo malo, sino que quien decide, al parecer su madre, tendrá la vida o la muerte de ese niño (ver aquí). El padre no parece contar.
Tendré que dar gracias a mi madre y a mi época. ¡Gracias, Dios mío!, pues de haber nacido ahora podría estar condenado.
Rotundamente, algo anda mal, y no es la economía, seguro.
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