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miércoles, 6 de abril de 2011

ESTAMOS LLAMADOS A VIVIR ETERNAMENTE, ¿TE INTERESA? (Jn 5, 17-30)

 «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo»

Nadie puede esconder, aunque quiera disimularlo, el desespero y ansías de vivir para siempre. El PADRE DIOS lo sabe, pues es ÉL el artífice de nuestra creación y, por lo tanto, de nuestro existir. Nuestro tesoro más preciado es nuestra vida y como tal la queremos conservar eternamente. Es obvio que nadie quiere morirse y cuando nos llega ese momento, que a todos nos llega irremisiblemente, sentimos la mirada y el acompañamiento de nuestro PADRE DIOS que nos consuela y nos invita a entrar en su Casa. Como al hijo mayor de la parábola del hijo prodigo.

En el Evangelio de hoy, JESÚS nos lo dice muy claro. Léelo y medítalo despacio. Haz un parón en tu carrera, unos minutos, y pregúntate que dirás al SEÑOR en esos momentos trascendentales del comienzo (no final) de tu vida. Porque de ello dependerá tu propio juicio y tú verdadera y única felicidad.

No está aquí, en esta tierra y en las cosas que ella contiene: riquezas, poder, bienes de todo tipo, sexo, drogas...etc. Por lo tanto, luchar por ellas y para ellas es quemar en basuras tu propia vida y tu tesoro. Busca por otro lugar y llegarás a la conclusión que sólo en JESÚS está la vida eterna y tu propia felicidad. Sólo tienes que seguirle y para ello necesitas, como ocurre con otras cosas, conocerle y comprometerte en vivir según ÉL te propone. Nunca te impone, sólo te propone.

Por eso, ¿con qué autoridad se atreven a quitar la vida a un niño nacido en el vientre de su madre? ¿Les pertenece esa vida? ¿Eres tú, madre, dueña de la vida del hijo que contiene tus entrañas? ¿Sabes que vocación y misión tiene encomendado ese niñ@ y de cuantos puede depender su salvación si nace a la vida de este mundo? ¿Quien te ha nombrado juez de la vida del hijo que palmita en tus entrañas? ¿Eres tú dueña de tu propia vida, cuanto más te permites quitarsela a otro?

SEÑOR, quiero vivir eternamente y nadie
me lo propone ni me lo promete. Sólo 
me ofrecen aparente soluciones
temporales que mejoran mi
vida, pero no la eternizan.

Sólo TÚ, mi SEÑOR JESÚS, me lo dices: "Como el Padre 
resucita a los muertos y les da la vida, 
así también el Hijo da la vida
a los que quiere".

No hay nadie que me lo asegure y me lo ofrezca,
sólo TÚ. Y gratuitamente. Y, además, es lo que
quiero y busco con todas mis fuerzas.
Por eso, SEÑOR, creo en TI y me fío
de tu Palabra. Amén.

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